El 2 de diciembre se celebra el "Día Internacional para la Abolición de la Esclavitud", y, este año, quiero aprovecharlo para hablar de un tipo de esclavitud de la que poco se habla, y que siento causante de la mayor violencia que puede manifestarse, cuya raíz está en nuestro interior.
Hace mucho tiempo alguien me dijo que no importaba cuanto hubiese hecho por superarme, que siempre faltaba mucho más.
- "Cuando creíste lograrlo, perdiste" - sentenció. - "Tu ego siempre ganará la partida"-
Al escucharla, mi primera reacción fue ambigua: me divirtió ese comentario y me conmovió a la vez.
Lo sentí exagerado y extremista, al punto de pensar cómo mi ego podría conmigo.
Aunque no pensarlo… ¿no hablaba ya de una batalla perdida?
Por entonces yo venía de varios intentos por limitar mi ego, con lo que entendía muy buenos resultados: había aquietado mis impulsos, mejorado mi omnipotencia, construido vínculos más sanos, y puesto el foco en mi interior. Al punto de creer, que estaba próxima a lograrlo.
Sin embargo, en un segundo, se desmoronó esa idea. Era tiempo de enfrentar lo difícil que resultaba la convivencia con el ego,sintiéndolo tan propio y ajeno a la vez.
"Quien esté libre de su ego, que arroje la primera piedra",es un buen modo de replantear el juego,ya sin la ilusión de que ganar o perder fuese un resultado.
Focalizados en "seguir participando" y evitar así caer en la hipocresía de los "superados"; tan funcional a la vitoria del ego, como el desconocimiento de la violencia interior que él desencadena.
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