Quienes conocen mi pasión futbolera, saben bien que con San Lorenzo no aplico teoría alguna.
Como buena fanática irracional festejo, todo triunfo y padezco toda derrota. Imposible pedirme cualquier segunda lectura.
Sin embargo, en lo cotidiano, aunque también soy resultadista; mi verdadero fanatismo está enfocado en los procesos, en la medición de los mismos y fundamentalmente en lo mucho que el error tiene para enseñarnos.
Y aquí creo necesario reivindicar el aporte del error a todo proceso.
Lamentablemente, en un contexto donde prevalece filosofía triunfalista; negamos, ocultamos, omitimos, demonizamos o ninguneamos su rol protagónico en el camino hacia el aprendizaje.
En este sentido, injustamente confundimos esos pasos fallidos que nos posibilitan avanzar hacia el logro de un resultado; con la negligencia, la decidía, la soberbia, la insensatez, el ensañamiento y la necedad entre otras cosas, que caracterizan a quienes se instalaron en un el error y no quieren, no pueden, no saben o temen dejar ese lugar.
Vale recordarles, el error en sí mismo no dice nada;
se trata de un mensajero que nos anoticia cómo seguir en un proceso.
Pobre entonces de quien crea que el desafío es matar al mensajero;
pues se perderá una gran oportunidad de crecer, superarse y conocer a los otros.