Desde hace mucho tiempo que, incluyo en la mayoría de mis charlas sobre capacidades emocionales, la importancia de repensar nuestras creencias sobre la frustración,
valorando las mismas como un indicador de la inteligencia emocional.
Sin embargo, al hacerlo, encuentro una profunda resistencia a reflexionar sobre el tema, que no se debe a un desacuerdo intelectual a mi propuesta, sino más bien de un rechazo emocional a conectarnos con el dolor:
Sea por la mala prensa que por si misma tiene la palabra frustración, o por las experiencias negativas – propias o ajenas- que lleva a muchas personas a asociarla al destino de los perdedores.
Es entonces, cuando aprovecho a evidenciar ese rechazo, para instalar definitivamente el tema y plantear la importancia de un entrenamiento afectivo: ya sea para fortalecer nuestra autoestima, relacionarnos con los otros, animarnos a llevar adelante un sueño, es absolutamente necesario conectarnos con nuestra frustración,tolerarla y aceptarla como una clave para el desarrollo personal y laboral.
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